La templanza es una virtud puesto que aplica moderación de acuerdo a la razón. Pero es una especial ya que se aplica a los deseos y placeres, pasiones que atacan el orden de la razón. Y son específicamente los del tacto. Así la temperancia versa sobre los máximos deleites que surgen del tacto: comida, bebida y los placeres venéreos que en la naturaleza están ligados a la conservación de la especie, a una cosa necesaria. Y estas son necesidades. Tanto debe usar del placer cuanto sea necesario para satisfacer la necesidad de esta vida. Tal es la regla que reviste la razón formal de fin. Y esto la hace virtud cardinal basada en la moderación acerca de algo difícil: los deseos más distantes, duraderos y comunes. No nos aporta tanto bien como las otras cardinales pero nos priva de gran miseria de obrar como un animal sin regla.
Como toda virtud tiene vicios opuestos. La insensibilidad es uno. ES LÓGICO QUE EL HOMBRE DISFRUTE DEL PLACER EN LA MEDIDA REQUERIDA PARA LA SALUD HUMANA , dice en la respuesta a la cuestión 142 a1 para definir la insensibilidad como pecado y despejar la calumnia que se tiene en este aspecto contra la doctrina cristiana y a despecho de tantos clérigos particulares que en la educación hayan enseñado y predicado lo contrario, obligando a la represión del impulso natural.. Lo particular no es universal o católico. La doctrina dice: es vicioso todo lo que contraría el orden de la naturaleza. Si alguien llegara a despreciar dicho placer hasta el extremo de desechar la parte exigida para la conservación de la naturaleza pecaría de insensibilidad, violando su orden. Si se pretendiera hacer responsable a la doctrina de la Iglesia de las neurosis al modo freudiano habría marrado el tiro, es decir pecado. Pero ¡la Iglesia no son los clérigos que viven su entendimiento particular a favor o en contra! Es Santo Tomás, doctor común de la Iglesia.
Pone sin embargo casos que justifican la prescindencia: la enfermedad, la de los atletas y soldados para cumplir su misión. También en lo espiritual los penitentes para recuperar la salud del alma. Además sobre todo los contemplativos que necesitan elevarse de dichos deleites carnales y siguen a la razón en ello.
La intemperancia en cambio es un exceso de concupiscencia. Y es pueril, dice siguiendo a Aristóteles. Porque los niños y la concupiscencia no escuchan la voz de la inteligencia. El niño, visto así, está sujeto a los caprichos. Lo dice el Eclesiástico: EL CABALLO INDÓMITO SE RESISTE Y EL HIJO ABANDONADO SEHACE INAGUANTABLE. Así la concupiscencia no resistida se hace necesidad. Hay que someterla al orden como al niño. Pero el orden es el espiritual. Frenar la concupiscencia no es suprimirla sino disminuir su poder. Luego el niño debe someterse a la ley del pedagogo. La concupiscencia a la razón. Pero la razón responde a la naturaleza, que exige lo necesario para atender a la superviviencia. Aquí se excede alguien en cantidad. No sucede algo así cuando la humana curiosidad adoba los manjares o se adorna la mujer para excitar la concupiscencia. Hay otro desorden.
¡Ah cómo la modernidad ha burlado este orden natural!
debe decir: NOS SUCEDE ALGO ASÍ CUANDO SE ADOBAN LOS MANJARES O SE ADRONA LA MUJER PARA EXCITAR
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