Tendríamos que lamentar que por el bautismo no se nos quiten las penalidades de esta vida. Pero por la gracia del mismo participamos de su cuerpo y debemos compartir lo sucedido en la cabeza del cuerpo.
Tal incomprensible gracia de su encarnación pasión y muerte que en la resurrección ya tiene un cuerpo impasible la participamos integramente. Así nuestra pequeña pasión nos hacer herederos de su resurrección gloriosa.
Además conviene para el ejercicio espiritual el que venciéramos la concupiscencia y otras pasiones corporales.
Además si se quitaran las penalidades no tendríamos el mérito de la fe y olvidaríamos la gloria, tal cual como la,vida presente nos absorbe.
Nuestro mérito de compartir con Cristo la pena no se nos escatima y por amor apetecemos estar con Él en la gloria.
Aunque todo anduviera bien la finitud sofoca nuestro destino: el de ser santos e inmaculados ante su faz en el amor o el de ser semejantes a él viéndolo como Dios. La finitud ante la cual los hombres se aferran por más insatisfactoria que sea y donde la soberbia campea. Tenemos apego a lo que no somos y declinamos el honor de la elección del Padre y de lo que somos: personas semejantes al Hijo de su amor.
No podemos así tener nuestra gloria individual y renunciamos a su gloria que se manifiesta en nosotros al alabar su gloria.
Así lo eligió aquel ángel en el comienzo y parece seguir seduciendo vendiéndonos vana gloria.
Tal incomprensible gracia de su encarnación pasión y muerte que en la resurrección ya tiene un cuerpo impasible la participamos integramente. Así nuestra pequeña pasión nos hacer herederos de su resurrección gloriosa.
Además conviene para el ejercicio espiritual el que venciéramos la concupiscencia y otras pasiones corporales.
Además si se quitaran las penalidades no tendríamos el mérito de la fe y olvidaríamos la gloria, tal cual como la,vida presente nos absorbe.
Nuestro mérito de compartir con Cristo la pena no se nos escatima y por amor apetecemos estar con Él en la gloria.
Aunque todo anduviera bien la finitud sofoca nuestro destino: el de ser santos e inmaculados ante su faz en el amor o el de ser semejantes a él viéndolo como Dios. La finitud ante la cual los hombres se aferran por más insatisfactoria que sea y donde la soberbia campea. Tenemos apego a lo que no somos y declinamos el honor de la elección del Padre y de lo que somos: personas semejantes al Hijo de su amor.
No podemos así tener nuestra gloria individual y renunciamos a su gloria que se manifiesta en nosotros al alabar su gloria.
Así lo eligió aquel ángel en el comienzo y parece seguir seduciendo vendiéndonos vana gloria.
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