La criatura racional hereda la vida eterna por la semejanza de la imagen y como la caridad se funda en la comunicación de la bienaventuranza estrictamente sólo ella ha de ser amada por caridad. Pero como Dios ama todo cuanto ha creado e impuso en cada cosa su vestigio las criaturas irracionales han de ser amadas como bienes que ha dispuesto para nosotros y las amamos como tales.
El amor con el cual uno se ama a sí mismo es raíz del amor con el cual se ama a los demás. Amamos a Dios y a sus cosas y luego nos amamos a nosotros mismos por caridad. Y así amamos nuestro cuerpo creado por Dios para justicia. Porque no lo amaremos en su condición dañada por la corrupción del pecado. No hay rechazo del cuerpo sino de la infección del pecado y de su corrupción que agrava el alma para que no podamos ver a Dios. Se ama por caridad al cuerpo porque participa en la bienaventuranza de la fruición de Dios.
Si la caridad se funda en la comunicación de la bienaventuranza se deben amar los pecadores por caridad porque son capaces de ella por naturaleza. Y odiaremos la culpa que les impide alcanzarla, culpa que debe ser odiada hasta en los más allegados., según lo expresa el salmo 138,22: LOS ODIÉ CON ODIO PERFECTO. Detestar el mal y odiar el bien es la misma cosa. El odio perfecto pertenece a la caridad.
Pero tenemos paciencia con los amigos por la esperanza de su curación y amamos la virtud para ellos que es un auxilio que vale más que la riqueza: Existen sin embargo pecadores incurables que son más dañosos para los demás que susceptibles de enmienda y tanto la ley divina como la humana ordenan en este caso su muerte. Por eso el juez no los envía a morir con odio sino por caridad prefiriendo el bien público al particular. Y si hubiera conversión aprovecha al pecador y si no, le priva de hacer más pecados. Lo que se pretende es que mueran los pecados y que viva el hombre. Y si bien se ha de amar a los pecadores para que se conviertan se ha de evitar la convivencia para evitar el pecado. El Señor comía con los pecadores pero no tenía consorcio con ellos. El Apóstol preceptúa: Salid en medio de ellos y no consintáis en su pecado. El salmo 116 asegura que el pecador odia su alma. Y he aquí que el amarse a sí mismo es lo peculiar de los buenos que se conocen y se aman a sí mismos según el hombre interior y trabajan para alcanzarlo y se gozan volviéndose a su corazón: toda su alma se concentra en lo uno sin rebeldías de su voluntad. Los malos en cambio no anhelan los bienes del hombre interior ni les es deleitable convivir consigo mismos porque no pueden allí hallar paz donde anidan maldades presentes, pasadas y futuras. De tal manera que van por la pendiente de un amor propio hasta llegar al desprecio de Dios porque codician los bienes exteriores y menosprecian los bienes espirituales. Por este camino no pueden amar: QUIEN AMA LA INIQUIDAD ODIA SU ALMA, salmo 10,6
Y la iniquidad es un misterio. Por eso la oración santificadora debe ser incesante.
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