martes, 14 de junio de 2011

SE CUMPLIÓ LA PROMESA: SER SANTOS

Estamos en la cuestíón 25 de la segunda parte de la segunda parte de la Suma Teológica, el objeto de la caridad. Estamos en el sistema de la ciencia sagrada en la moral especial que concluye con la sacramentalidad como concreción de la salvación en la tercera parte, que ha sido la configuración final de la filosofía de la segunda época de la historia, la cual fue la época de la Iglesia (sacramento grande) en la historia, en su rol de madre y maestra. La doctrina encuentra aquí a su Aristóteles, como la tercera época del nuevo tiempo ha tenido en Hegel su consumación en el sistema de la Ciencia: la época de la libertad como absoluto.
Nada de esto es válido en los modernos del mundo encerrado en sí (nada hay fuera del mundo que lo mida, Nietzsche) ni para los submodernos de la esfera del lenguaje, que cancelan el logocentrismo.
Pero tanto para la Iglesia, que no puede disolverse, como para los beneficiarios de la paz logotectónica (que somos quienes vemos el orden en la discordia perennis del pensamiento) no se puede considerar ni superada ni abandonada lo que “ha sido” su doctrina, dicho en tiempo perfecto. Hoy no queda otro horizonte nuevo más que el de la santificación, el de la recepción de Dios mismo en nosotros como fue prometido en la historia de la salvación ¡Él en nosotros, que por fin se haga su voluntad! No en la sociedad, no en las estructuras (que sí se hará más o menos según lo haya dispuesto en su impenetrable Providencia donde nosotros somos los gestores como ciudadanos del mundo) sino en quienes no puede fallar: en cada persona objeto de su amor de caridad (no sea que nos ocupemos de las estructuras para escaparle a Dios ¿o por qué se pronunció esa sentencia: Dios ha muerto? Nosotros lo matamos, si no le damos hospedaje).
Cuanto más se ama a Dios más se amará al prójimo a pesar de cualquier enemistad. Porque los enemigos nos son adversos en cuanto enemigos pero no en cuanto hombres y como capaces de bienaventuranza. No se puede, sin embargo, amarlos con su pecado, es contrario a la caridad. Se ama la común naturaleza y la caridad nos dispone para amar no a todos los particulares (a cada uno de ellos) sino a algún enemigo en particular si ocurriese la circunstancia para hacerlo. Y cuanto más se amara a Dios mejor disposición se tendrá para realizar este nuevo mandato.
En común uno pide por los hombres en general y así se beneficia a los enemigos. De lo contrario estaríamos en la línea de la venganza y el Levítico dice: NO BUSQUES LA VENGANZA NI TE ACUERDES DE LAS INJURIAS DE TUS CONCIUDADANOS”. Pero darles muestras a todos los enemigos no es de necesidad, aunque sí estar dispuesto como dicen los Proverbios: “SI TUVIERE HAMBRE TU ENEMIGO DALE DE COMER”´. No sólo se precave así del odio al prójimo por injuria recibida sino que busca atraerlo al amor con la caridad.
La participación en los beneficios de la vida eterna en la cual se funda la amistad de la caridad nos hace prójimos (recordar que no estamos en la tercera época donde se desarrolla la concepción de la libertad en el ciudadano: faltan unos quinientos años). Eso nos acerca a los ángeles y entre nosotros. Pero no a los demonios cuya naturaleza está deformada por el pecado, porque el objeto de la caridad es la bondad y ellos ya han elegido por siempre apartarse de ella. No podemos desear para ellos lo que deseamos cuando amamos a otro que todavía puede merecer la caridad que procura el bien de la bienaventuranza eterna. Sin embargo los demonios se conservan para gloria de Dios. Pero no tienen buena intención aunque sirvan a la buena intención de Dios.
Las cuatro cosas que han de ser amadas por caridad son : Dios, el prójimo, nuestro cuerpo y nosotros mismos. Dios constituye la bienaventuranza que se nos da en la caridad, los ángeles y nosotros participamos del fin último y nuestro cuerpo es participante de ella. Luego amamos ese bien en todos los casos enumerados.
Subrayamos la insistencia de Santo Tomás de Aquino acerca del fin de las virtudes teologales en la bienaventuranza: es el fin último, algo hoy prácticamente desterrado del horizonte de comprensión de la existencia. Hasta tal punto se pone la bienaventuranza como plenitud de la existencia en su fin que el amor lo es de la bienaventuranza: queriéndola para el prójimo, queriéndola para sí mismo, amando a Dios en quien reside. Dios es bienaventurado: es la última de las cuestiones en la primera parte, después de haberlo visto en su unidad, en su saber, querer y poder. La providencia, precisamente, indica la disposición y luego el poder de llevarnos hacia Él. Así la perfección de la bienaventuranza como perfección, que incluye las perfecciones del ser uno, es el paso inmediatamente anterior a la exposición de la Trinidad y concluye con el tratado de Dios Uno. Es el nexo entre los tratados de Dios Uno y el de Dios Trino. El en sí es feliz, luego es una procesión de personas: la del Verbo o imagen y la del Espíritu Santo que procede como amor.
Nada es al azar en la Ciencia Sagrada. Y nosotros nos alegramos dicéndole a los pensadores de la línea evolutiva del continuo: los muertos que vos matáis gozan de buena salud.

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