Decimos Tomás es filósofo, porque concibe la sabiduría epocal como ciencia a continuación de Agustín. Tal la razón logotectónica que ha edificado esa totalidad desgarrada de la HISTORIA al lado de la del MUNDO, otro que ella. Lo hizo con el LENGUAJE también.
Así lo que hace la segunda época es llevar a su consumación la concepción del Principio, el cual como más allá de la razón requiere de un suplemento para concebirlo que es la fe. No discrepa con la razón como tampoco con las otras épocas que conciben otra sabiduría, la cual tiene en común el no provenir de los hombres sino medirlos y exhortarlos a ser hombres, como un don que la razón concibe transparentándose para ello.
Duele al cristiano aceptarlo pero la libertad que se realiza en el estado y se concreta en la autoconciencia del ciudadano no es el objetivo de quien da al Cesar lo que le es propio. Él vino a salvarnos del cosmos haciéndonos nacer de nuevo y ser así cabeza de la Iglesia. ALLÍ EL SANTO SE ENRAIZA Y SE CONNATURALIZA POR EL PAN DE VIDA CON EL SER DE DIOS. Nada que ver con las otras dos sabidurías que han servido a la Historia y aún sirven al individuo que acepta diferenciarse de sí para ser hombre.
La del Espíritu Santo como PARÁCLITO que nos hace nacer de nuevo requiere la disposición para la SANTIDAD. El hombre desaparece y nace un nuevo hijo de Dios en el HIJO ETERNO.
Por eso tenemos hambre y sed de santidad: queremos aceptar su designio antes de la constitución del cosmos y ser santos e inmaculados en su presencia en el amor y existir para LA ALBANZA DE LA GLORIA CON LA CUAL NOS AGRACIÓ A NOSOTROS EN SU HIJO AMADO.
Tomás fue santo además de filósofo porque ya fue filo-sofo. ¿Tomas bien has escrito de mí qué quieres?, le dijo el Señor. Y el: A TÍ SEÑOR...
Su martirio fue ser doctor común de la Iglesia.
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