sábado, 26 de marzo de 2011

TENEMOS COMO FRUTO LA SANTIDAD Y COMO FIN LA VIDA ETERNA

El universo y la cultura son un desparramarse, un di-vertirse, un avanzar des-haciéndose cuyo sentido se llama progreso y evolución. Y esto los enorgullece a los hombres que se ufanan como de una victoria ante el homicidio de la belleza y de la inteligencia, llevada a cabo por los modernos antimetafísicos. Esto implica nada menos que ir e ir un un proceso que se gloría de arrojar lejos de sí la joya de la inteligencia: EL FIN Y EL FIN DE LOS FINES ES DECIR LA CONTEXTURA DE LA RAZÓN. Aquello que fue el diamante encontrado desde el comienzo de la filosofía: la transparencia de la inteligencia que toca el principio divino en su ser acto y teoría de sí misma, aquello que fue por Platón señalado como Bien y por Aristóteles como lo mejor, lo óptimo en el cosmos entero.
Lo diremos para todo público: ADELANTE, SIEMPRE ADELANTE NO SE VA A NINGÚN LADO, se dice en el Principito. La verdad que se ve con el corazón es el corazón de la verdad: toda acción tiende a un fin y todo fin se remite jerarquicamente a un último fin que no dependa de otro sino de sí.
Así San Pablo puede apelar al fin última: LA VIDA ETERNA. Mas allá "la inundación" o para dcirlo biblicamente: el diluvio, el elemento de la indiferenciación, la mejor patente para justificar macanas, como decía el padre Sepich.

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