El temor pues desemboca como vicio o pecado en la desesperación ¿Por qué pecado? Porque la verdadera estimación del intelecto acerca de Dios es que de Él proviene la salvación de los hombres y el perdón de los pecadores según aquello de Ezequiel profeta: NO QUIERO LA MUERTE DEL PECADOR SINO QUE SE CONVIERTA Y VIVA. El movimiento de la esperanza piensa bien y verdaderamente que Dios salva con la gracia santificante y nos hace aptos para tal salvación que consiste en habitar en su casa. Así quien niega que Dios perdona no se perdona a sí mismo y como Judas muere en la desesperación.
La desesperación es un pecado (como los son el odio a Dios y la infidelidad) opuestos a las virtudes teologales que tienen a Dios como objeto. Cumple pues con la definición de pecado que es aversión a Dios y conversión a las criaturas pero esta última aquí solo es consecuencia de su apartamiento voluntario de Dios, convirtiéndose el alma a un bien pasajero. En cambio hay otros pecados, como la fornicación, que no tienen intención de apartarse de Dios pero sino que van al placer carnal del cual se sigue el apartamiento de Dios.
Puede sorprender que si alguien cree, cosa que se verifica por el intelecto que apunta a lo universal, en cambio se dirija con el apetito a una falsa estimación acerca de lo particular teniendo un hábito vicioso por una pasión no rectificada al bien, como el que peca eligiendo la fornicación como un bien particular y en aquel momento conserva la verdadera estimación según la fe, fallando en la estimación que es pecado mortal. Buena explicación de un pecado actual de algunos religiosos doloroso para la Iglesia y que hace preguntar: ¿cómo si es...puede?
Uno puede creer en el perdón de los pecados en general y ser víctima de la desesperación por un pecado particular que ha cometido y considera no puede ser perdonado. Puede estimar universalmente la misericodia de Dios pero piensa que no puede esperarla para él en su posición particular. En la Iglesia, sin embargo, se puede dar la remisión de los pecados.
La desesperación implica no querer curarse: por eso es el más grave pecado porque se separa de la misericordia. Pero es peor no creer en su verdad u odiarlo. Sin embardo en relación a nosotros contraría la esperanza que nos aparta del mal y nos pone en la senda del bien. Perdida la esperanza los hombres se lanzan a los vicios y se retraen de las buenas obras. Aceptar la gracia nos convierte en santos, desesperar de ella nos pone fuera, es decir en lo que se llama infierno. Y Heidegger (sin Dios) escribió en la Carta al Humanismo que la mayor desgracia de esta época actual es haber perdido la gracia.
La desesperación procede de la acedia según San Gregorio, aunque accidentalmente proceda de la lujuria cuyos placeres nos apartan del apetito de alcanzar el bien arduo, encontrando fastidio en el espíritu. Pero el abatimiento que adviene cuando uno cree que ya no puede alcanzar lo bueno y que nunca podrá levantarse hacia él es desesperación. LA ACEDIA ES ESTA TRISTEZA QUE ABATE EL ESPÍRITU Y ENGENDRA DESESPERACIÓN. A NO SER QUE CON MUCHO ESFUERZO SE APARTE DE LO TRISTE EL HOMBRE ENTRISTECIDO NO PIENSA EN LA BELLEZA DEL BIEN.
Si tenemos esperanza de alcanzarla estamos en el camino de la santidad.
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