Cristo no padeció sufrimientos que no fuera decente que los padeciera pero si los examinamos por géneros han sido completos.
Padeció por parte de toda clase de hombres: gentiles, judíos, príncipes y plebeyos según el salmo lo decía: ¿POR QUÉ SE AMOTINAN LAS GENTES Y TRAZAN LAS NACIONES, SE REUNEN LOS REYES DE LA TIERRA Y A UNA SE CONFABULAN?"
Padeció de los familiares y conocidos, de Judas y de Pedro. Los amigos le abandonaron, padeció de blasfemias y deshonra, le quitaron los vestidos. Padeció de tristeza en el huerto y luego por azotes y heridas por parte de los hombres a quienes salvaba.
Su cuerpo padeció además de espinas en la cabeza, clavos en manos y pies, bofetadas en el rostro y esputos. Así padeció realmente en el sentido del tacto.
Pero también en el gusto y el olfato la vista y el oído si nos representamos todo aquello del calvario.
Los géneros de padecimiento los sufrió todos aunque no las especies más particulares. Y aunque con cualquiera podría haber redimido con suficiencia los padeció todos por conveniencia.
Padeció en su honor y en sus sentidos atesorando dolor.
Y fue el mayor de los dolores: CONSIDERAD Y VED SI HAY DOLOR COMO EL MÍO.
Hubo en Él dolor exterior sensible y dolor interior de tristeza. Y fueron máximos.
La muerte de los crucificados es acerbísima. No hay que describirla más.
La del dolor interior es también máximo.
Los pecados del género humano y en particular de quienes debía ser recibido como Mesías.
La muerte ya de por sí es horrible para la naturaleza humana y para Él se añadía su fina sensibilidad corporal y espiritual.
Además Cristo no se consoló para mitigar el dolor sino que dio rienda suelta a sus potencias inferiores.
Además todo lo hizo voluntariamente y asumió tanto dolor cuanto era necesario a la grandeza del fruto que se había de seguir.
Así fue insuperable en cuanto al dolor. Y si fue la tristeza en Él óptima en nosotros es utilísima para una penitencia saludable. En Él y en nosotros siempre sometida a la regla de la razón.
Y el dolor de contrición de los contritos los padeció Él con caridad perfecta. Así Isaías: LLEVÓ SOBRE SÍ NUESTROS DOLORES.
Y su vida le era amada cuanto mejor era en la virtud: ENTREGUÉ MI ALMA AMADA EN PODER DE MIS ENEMIGOS, profetiza Isaías.
Pero debía satisfacer su dolor a la naturaleza humana caída.
Si consideramos esto sin pausa nos volvemos santos y decimos aquello: NO ME MUEVE DIOS PARA QUERERTE EL CIELO QUE NOS TIENES PROMETIDO...
Padeció por parte de toda clase de hombres: gentiles, judíos, príncipes y plebeyos según el salmo lo decía: ¿POR QUÉ SE AMOTINAN LAS GENTES Y TRAZAN LAS NACIONES, SE REUNEN LOS REYES DE LA TIERRA Y A UNA SE CONFABULAN?"
Padeció de los familiares y conocidos, de Judas y de Pedro. Los amigos le abandonaron, padeció de blasfemias y deshonra, le quitaron los vestidos. Padeció de tristeza en el huerto y luego por azotes y heridas por parte de los hombres a quienes salvaba.
Su cuerpo padeció además de espinas en la cabeza, clavos en manos y pies, bofetadas en el rostro y esputos. Así padeció realmente en el sentido del tacto.
Pero también en el gusto y el olfato la vista y el oído si nos representamos todo aquello del calvario.
Los géneros de padecimiento los sufrió todos aunque no las especies más particulares. Y aunque con cualquiera podría haber redimido con suficiencia los padeció todos por conveniencia.
Padeció en su honor y en sus sentidos atesorando dolor.
Y fue el mayor de los dolores: CONSIDERAD Y VED SI HAY DOLOR COMO EL MÍO.
Hubo en Él dolor exterior sensible y dolor interior de tristeza. Y fueron máximos.
La muerte de los crucificados es acerbísima. No hay que describirla más.
La del dolor interior es también máximo.
Los pecados del género humano y en particular de quienes debía ser recibido como Mesías.
La muerte ya de por sí es horrible para la naturaleza humana y para Él se añadía su fina sensibilidad corporal y espiritual.
Además Cristo no se consoló para mitigar el dolor sino que dio rienda suelta a sus potencias inferiores.
Además todo lo hizo voluntariamente y asumió tanto dolor cuanto era necesario a la grandeza del fruto que se había de seguir.
Así fue insuperable en cuanto al dolor. Y si fue la tristeza en Él óptima en nosotros es utilísima para una penitencia saludable. En Él y en nosotros siempre sometida a la regla de la razón.
Y el dolor de contrición de los contritos los padeció Él con caridad perfecta. Así Isaías: LLEVÓ SOBRE SÍ NUESTROS DOLORES.
Y su vida le era amada cuanto mejor era en la virtud: ENTREGUÉ MI ALMA AMADA EN PODER DE MIS ENEMIGOS, profetiza Isaías.
Pero debía satisfacer su dolor a la naturaleza humana caída.
Si consideramos esto sin pausa nos volvemos santos y decimos aquello: NO ME MUEVE DIOS PARA QUERERTE EL CIELO QUE NOS TIENES PROMETIDO...
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