martes, 27 de septiembre de 2011

SE REVELÓ PORQUE SOMOS HIJOS

Si somos hijos somos herederos de su santidad en espíritu y en verdad. Esta revelación de la filiación plena en el Hijo va desde la de la UNIDAD y UNICIDAD en el YO SOY hasta la TRINIDAD que la hace máxima y viva a su unidad. Porque la naturaleza es una en las tres Personas: eso la hace verdadera. Las tres PERSONAS SON UN MISMO SER, una summa res, el paso de una persona a otra no hace división sino que en la relación forma unidad. La distinción brota de la unidad. Uno es el primer principio, uno el posesor originario de la naturaleza divina y la distinción de las Personas en virtud de este origen están en relación con ella. De la intimidad de la primera persona surge el Hijo que permanece en su origen sin separarse de él. Tampoco el Espiritu Santo se aleja de su origen, del corazón del Padre y del Hijo, permanece inseparablemente unido con el mismo como la llama con la lumbre de la cual procede. El orden de las procesiones en Dios indica un solo principio originario, que da origen a la distinción personal. Hasta aquí sigue el entusiasmo argumentativo de Scheeben (Los Misterios del Cristianismo).
Digamos que esta distinción personal es la que explica que Dios sea amor y por lo tanto la que nos ob-liga en el mandamiento expresado por el Verbo en la carne para coronar la ley y los profetas. Aparece una relatividad inaudible para los religiosos pero que es el fundamento de nuestra existencia y de su sentido. Eliminando lo escuchado: que Dios es Trino en esa manera explicitada por Jesucristo se pierde el sentido de la existencia y su substanciialidad hipostática: la persona.
La unidad de Dios se hace verdadera cuando se sabe que el Padre no puede ser Dios y poseer la divina naturaleza sin el Hijo, ni el Padre y el Hijo sin el Espíritu Santo. Tampoco cada uno de nosotros no podemos ser hijos sin el Hijo ni sin el Padre ni sin el Espíritu Santo. De ahí el bautismo: es un rito ontológico. Al ser uno en sí, persona, es porque lo es para otro, la otra persona. El ser hay que aceptarlo como personal y por lo tanto relacional.
La centralidad de la unidad se descentra en la relación de una Persona con la otra. Dios se muestra como el centro absoluto que se descentra. Y esto hace plena y verdadera a la unidad ya que la verdad es el amor. El centro autista del yo es eliminado por la revelación plena, no de simplemente Dios, el del monoteismo, sino de la plena unidad del amor que se descentra y sobre todo que es capaz de AGAPE, de renuncia o entrega y de recepción de la otra persona. Este punto del descentramiento es capital para verdaderamente ser lo que somos por el designio de su voluntad. Solo el Hijo ha sido portador de ese designio llevándolo en su sacrificio en su ofrenda que mostró al Dios verdadero: DIOS ES ESPÍRITU, DIOS ES AMOR.
Lo contrario a esto rechaza la entrega de Dios, no quiere recibir, no acepta la caridad, no acepta por ende la TRINIDAD, NO RECIBE LA FILIACIÓN, NO VE NI QUIERE VER EL SER Y QUIERE MENEJARSE ENTRE LOS ENTES, EN LA INCURABLE FINITUD, EN LA INTERMINABLE MORALINA.
La revelación, que lo es de la Trinidad, salva a quienes tienen hambre y sed de santidad que les da la vida eterna.

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